Tomar una decisión en caliente, en tensión,
en ofuscación, suele salir mal.
Toda decisión que se tome si hay alteración
en el estado de ánimo, altera el resultado de
la misma y suele ir a peor de lo esperado.
Una reacción emocional suele tener poca
objetividad, ya que la emoción enmascara
la realidad y falsea el resultado.
Cuando estamos en tensión, inconscientemente,
actúa en el cerebro la amígdala, impidiendo
que los lóbulos desarrollen su sentido de ecuanimidad,
equilibrio y frialdad en las decisiones.
Toda decisión en caliente, quema y sale mal.
Debemos esperar a estar tranquilos para tomar
algunas decisiones, salvo las de vital importancia
y aún así, actuar bajo estrés, nervios o desequilibrio
emocional nunca es lo mas correcto.
Justificar los errores por actuar en caliente no
justifica para nada el error, mas bien hace desconfiar
de nuestro equilibrio emocional para tomar decisiones
acertadas.
Pedir consejo, meditar, pensar en paralelo, son actitudes
que nos ayudan a no equivocarnos en las decisiones.
Mientras que la precipitación y actuar bajo presiones
suelen traer nefastos resultados.
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